sábado, 28 de noviembre de 2009

UN FINADO EN REY HEREDIA


Calle Rey Heredia
Calle Rey Heredia


Había calles en Córdoba, que tenían un nivel de ruido mucho más bajo que las demás. Por su casi ausencia de tráfico, por tener una vecindad mayor, y carecer de chiquillería, y por algunos motivos más. Una de esas era la calle Rey Heredia, llamada antes, del Duque.

Esta calle nace, si se le puede llamar nacer a una calle, en Ángel de Saavedra -El Duque de Rivas-, antigua Pedregosa, y deja de serlo en la confluencia de Cabezas -por las siete de los de Lara- Caldereros y Badanillas -un gremio y donde estaba mi “amiga”(colegio)-, y afluyen a ella Encarnación, Horno del Cristo, Corral de Bataneros, Osio y Portería de Santa Clara. Aún siendo interesante la descripción de las calles que confluyen en Rey Heredia, y algunos de los monumentos que contienen, no lo es menos el personaje a quien está dedicada.

D. José María Rey Heredia, falleció el 19 de febrero de 1861, en la casa número 12 de la antigua calle del Duque, desde ese día José Rey, a la edad de 43 años. Era Catedrático de Lógica y Psicología de la Universidad Central de Madrid, y una de sus obras más relevantes fue “La Teoría Trascendental de las Cantidades Imaginarias”.

El Ayuntamiento de Córdoba, que estaba presidido por D. Carlos Ramírez de Arellano presentó, ese mismo día de su fallecimiento, una moción en la que figuraban los siguientes puntos, que fueron aprobados por unanimidad:

“1°. Se concede bovedilla perpetua a su cadáver en el cementerio de la Salud.
2°. Se pagará por la Corporación, y cargo al capítulo de Imprevistos, la lápida que cubra sus restos mortuorios, proporcionando así, y de una manera indirecta, un pequeño socorro a su desconsolada familia.
3°. Se procurará adquirir un retrato suyo, el cual se depositará en la sala de sesiones, donde, a ejemplo de lo que en otras partes se hace, debe procurarse formar una colección de retratos de cordobeses ilustres.
4°. Se mudará el nombre de la calle en que ha ocurrido su fallecimiento, la cual deberá llamarse, en lo sucesivo, Calle de José Rey.”

En las páginas de opinión del diario Córdoba, leí en octubre una –que no tiene desperdicio- que se refiere a la tumba del eminente cordobés nacido en la calle Moriscos.




 Casa Duques de Medina Sidonia
Casa de los Duques de Medina Sidonia.


Hemos expresado nuestro modesto homenaje al joven científico cordobés. Volvemos ahora a su calle y, una vez pasada la portada de la Casa de los Duques de Medina Sidonia, que fue propiedad de Enrique de Castilla, bastardo de Enrique II, casado con la cordobesa Doña Juana de Sousa –casa que hoy en día está anexionada a la Casa del Judío, que tiene una escalera barroca y en el balcón el escudo de los Armenta-, un grupo de tres niños, que entre todos no sumaban veintisiete años, subían en dirección a la de Ángel de Saavedra, y casi debajo de la espadaña del Convento de la Encarnación, dónde se ensancha algo la estrecha calle, en el silencio de la misma, acrecentado por la hora de la siesta, sentimos gritos de mujer, que eran incomprensibles, acompañados de llanto. Buscamos de dónde podían venir y comprobamos que eran de una casa de la acera de los impares.



 Casa del finado
Casa del finado.


Los tres mocosos, que nos creímos ser los tres mosqueteros, decidimos entrar en la casa, hasta encontrar el lugar exacto de los gritos. Pasamos un portal que tenía media hoja abierta y nos encontramos en un patio, que también cruzamos, al que daban una serie de habitaciones. De una de ellas, en la parte derecha del patio, que también tenía ventana al mismo, salían los chillidos, que ahora estaban más apaciguados y se habían quedado sólo en llanto. El más tunante -que no es necesario certificar quién era-, se asomó por la ventana y advirtió que en la habitación había dos mujeres vestidas de negro, una sentada, que era la que lloraba, y otra de pie sujetando a la primera por los hombros consolándola, y una tercera persona encima de una cama, destapado, liado en una sabana, con un pañuelo sujetándole la mandíbula y anudado a la cabeza, una nariz aguileña muy afilada, con un color de piel que no se me olvidará nunca.

-¡¡Era un cadáver!! -vamos no éramos entonces tan finos, -era… ¡¡un muerto!!

Un señor mayor –de edad difícil de calcular por un niño-, que además tenía unos algodones que le asomaban por los orificios de la nariz. Y en las mesillas de noche había unas velas encendidas.

Puedo perfectamente describir esa imagen, cincuenta y tantos años después, así que nos podemos imaginar cómo estaría de fresca esa descripción, esa primera noche y otras noches sucesivas, si a estas alturas aún no se ha borrado del todo. Ayer por la mañana, cuando iba a fotografiar la Ermita del Caballero de Gracia, pasé por la puerta, rememorando todo. La de veces que tuve que repetir a los demás el episodio, e incluso a otros.

Y lo que significaba subir a mi casa ya anochecido, pasar primero un portal oscuro, una puerta que era la entrada de un tenebroso sótano, en el primer rellano de la escalera que era complicada, con escalones de ladrillo rojo con el filo de madera. Cuando subía pedía a voces, desesperadamente:

-¡¡Mamá, enciende!! -para que encendieran la luz de la escalera.

Pero cuando alguno de mis padres la encendía, yo ya había llegado al primer piso, es decir, tres rellanos de escalera y unos veinte escalones, de dos o tres zancadas y, mucho más rápido aún, si antes había metido la mano en el rincón de la escalera, donde había una percha, y tocado alguna prenda que estuviese en ella colgada. Eso sin que, estuviera también, para acabarlo de empatar, la puerta del sótano abierta.

En fin siempre hay una primera vez, y a mí por la curiosidad insana, que es sana para otras cosas, me tocó ver a aquel señor de tez amarillo terrosa, rostro afilado, nariz puntiaguda, vestido de aquella manera, es decir amortajado, luego me enteré que se llamaba sudario lo que el Sr. tenía puesto, -y digo yo, sudario el que me entraba a mí cuando recordaba el espectáculo-.

5 comentarios :

MariaJU dijo...

la frase "si luego eres un cagao, ¿pa qué te metes?" me la aplico yo hasta antes la previsión de una película de terror (no veo ni una, enseguida cambio de canal nada más q oír la música), pues eso, q teníais q haber oído la vocecita interior diciendo la frase mencionada y así hubierais subido las escaleras de casa mucho más sosegados. jejejejej

un saludo Paco.

Paco Muñoz dijo...

No te lo puedes imaginar. El sótano tenía tres habitaciones, las mismas que las plantas superiores, para pasar a las dos del fondo había que hacerlo pasando por debajo de un arco, que las separaba, y que eran los desagües de la casa al alcantarillado. Esas dos primeras tenían luz en el techo, de unos ventanillos que tenían a ras del acerado de la calle, la última no tenía posibilidad de luz, sólo la que le llegaba de una bombilla que había puesto mi padre, que se bajaba allí a cacharrear. Esta última tenía una especie de poyetes como de cocina. Era muy siniestro todo. Decía mi madre que lo habían utilizado para hacer el cirio pascual (¿?).

Había un chiquillo en la calle, hoy en día un valiente y arriesgado bombero -es más joven que yo varios años, no por ser bombero sino porque nació años después-, al que le decía mi padre que tenía un caballo en el sótano. La curiosidad por el caballo le hacía llegar hasta la puerta donde empezaba la escalera, nunca pasaba de ahí, se descomponía. Pues hace unos años me dijo, ¿te puedes creer que todavía pienso lo del caballo y aún recuerdo el miedo que me daba aquel sótano? Yo después de mayor no tuve problemas, es más se estaba muy cómodamente allí abajo. No se usaba para nada.

Pero en aquellos tiempos, con las “experiencias necrológicas”, el conjunto de escalera, puerta de sótano, oscuridad, y poco valiente que era uno, era horroroso. Ahora mis temores están: en la base de cotización de mierda que me va a quedar cuando me jubile; en algunas arritmias que me dan con más frecuencia que antes; en la tensión arterial; y en la lógica disminución de algunas funciones fisiológicas que cada vez van a menos, y que “no las arregla ni Moyano el latonero”.

José Manuel Fuerte dijo...

Ojo que dicen que esas visiones se repiten con el paso de los años, y que cobran vida y hablan al espectador.

No te levantes esta noche para ir al servicio, no vaya a ser que la luz del baño se te apague de repente y notes su respiración en el cogote.

Bueno, si ocurre eso, le invitas a un anisete y te echas unas timbas con él. Eso sí, que se quite los algodones de la nariz.

Paco Muñoz dijo...

Ben

Anisette es muy fino un medio de veinticuatro es más cordobés.

Un saludo

José Manuel Fuerte dijo...

Y si no resucita es porque no quiere. Di que sí.